“Después de la independencia de 1962, Argelia fue la vanguardia de los países del tercer mundo que trataban de erradicar los restos del ...
“Después de la independencia
de 1962, Argelia fue la vanguardia de los países del tercer mundo que
trataban de erradicar los restos del colonialismo para elaborar un nuevo
orden internacional. Cincuenta años después mientras que el mundo árabe
es arrastrado por una contestación sin precedentes, el país parece
inmóvil. ¿Hasta cuando?” Jean-Pierre Séréni.
Beatriz Pascual.- ¿Cuánto tiempo permanecerá Argelia
apartada del terremoto que sacude el mundo árabe? Sus dirigentes evitan
esta pregunta y señalan a cambio dos argumentos que tienen por objetivo
reforzar la idea de la “excepción argelina” y de su “inmunidad” a las
protestas. La primera explicación de las autoridades asegura que el país
ya vivió una revolución democrática en 1988 cuando el Frente de
Liberación Nacional (FLN) dejó de ser el partido único a favor de un
multipartidismo “racionalizado”. En este sentido, el Gobierno insiste en
que los argelinos ya sufrieron demasiado con el fracaso de su
experimento democrático de 1988 a 1992, así como con la espantosa
violencia de los 10 años siguientes, por lo que no desean arriesgarse a
nuevas aventuras de futuro incierto. El segundo de los argumentos que
refuerza el optimismo oficial hace referencia a que el régimen ha
podido, a diferencia de sus homólogos tunecinos o egipcios, resistir a
la presión de la calle y “dar respuesta a sus reivindicaciones”.
Sin embargo, la visión no oficial
prefiere identificarse con sus vecinos y recordar que la revolución
argelina comenzó al mismo tiempo y con las mismas reivindicaciones que
el resto de protestas del norte de África. En enero de 2011, casi al
mismo tiempo que en Túnez, las dos aglomeraciones urbanas del país más
poblado y rico del Magreb, Argel y Orán, se llenaban de jóvenes que se
enfrentaban de forma violenta a las fuerzas del orden. Si bien los
primeros brotes de descontento surgieron el 4 de enero, fue el 5 y el 6
cuando cientos de encapuchados provistos de palos o barras de hierro, se
apoderaron del centro de Orán y de al menos cuatro barrios de Argel,
incluido el céntrico de Bab el Ued, en el que comenzó la llamada
“revuelta de la sémola” de 1988.
Del 5 al 10 de enero, la juventud
desfiló detrás de una bandera tunecina “por el pan y por la dignidad”.
Se manifestaron, en todas las zonas del país, en las ricas y en las
pobres, sin distinguir la procedencia de sus manifestantes; un punto a
tener en cuenta en un país dividido en diferentes comunidades y en
constante conflicto con la región beréber del norte. En un principio,
las protestas tenían un carácter más económico que político al
dirigirse, principalmente, contra la subida de los precios de algunos
productos básicos, como el aceite y el azúcar.
Revueltas en Orán y Alger, Bab El Oued, durante la noche del 5 de septiembre
La revuelta de una juventud
mayoritariamente en paro, que se considera sin futuro y oprimida por
regímenes autoritarios, expresó su rabia contra el mobiliario urbano,
apedreando y lanzando cócteles molotov contra edificios públicos, como
la comisaría de Bab el Ued. La protesta, que ganaba en violencia,
desembocó en la muerte de 3 personas y causó 400 heridos y acabó siendo
reprimida por un “tsunami azul”, el color de los uniformes de los
140.000 policías que actuaron contra los manifestantes. No obstante, el
régimen no solo empleó un férreo control policial para calmar los ánimos
de los argelinos, además, las autoridades se esforzaron en satisfacer
sus demandas más superficiales: “el Estado seguirá subvencionando los
productos de primera necesidad”, se apresuró a declarar el ministro de
Comercio, Mustafá Benbada, al poco tiempo de iniciarse las protestas.
Así, el Gobierno no solo dio marcha atrás en las subidas de los precios
de alimentos básicos como el azúcar y el aceite, sino que dejó de
perseguir a la economía informal y puso en marcha acciones como la
concesión de créditos para proyectos empresariales sin apenas contrastar
su viabilidad. El régimen argelino, que a diferencia de otros países de
la primavera árabe goza de una situación fiscal relativamente saneada
gracias al petróleo, a golpe de billetera pudo hacer una política de
contención de las causas del descontento.
No obstante, las protestas continuaron,
de forma que La Coordinadora Nacional para el Cambio y la Democracia
(formada por partidos laicos, sindicatos y ONG) convocó una
manifestación, que finalmente pudo realizarse el 12 de febrero a pesar
de las prohibiciones del Gobierno. La gran marcha sobre la capital, que
reunió a dos mil manifestantes, fue reprimida por 30.000 policías. Ante
la opresión, la Coordinadora respondió con más protestas, convocando
para el 19 de febrero una nueva manifestación que demandaba la
democratización del régimen. Sin embargo, el mismo día en que se volvió a
llamar a la protesta, el 14 de febrero, el ministerio de Exteriores
anunció que cancelaría el estado de emergencia vigente durante 19 años.
El régimen volvía a emplear la misma
estrategia: satisfacer las demandas de los manifestantes, esta vez más
políticas, de forma superficial antes de que las peticiones más
radicales se extendieran. Además, con el objetivo de evitar que los
incidentes y manifestaciones desembocasen en una revuelta general que
amenazase su continuidad, el régimen reprimió con fuerza las protestas
populares y manifestaciones de estudiantes. No obstante, el
mantenimiento de las subvenciones a los alimentos, la subida de los
salarios o la revocación del estado de urgencia no fueron suficientes y
el 12 de abril, miles de estudiantes marcharon en Argel hacia el palacio
del presidente de la república desde 1999, Abdelaziz Buteflika.
Esta protesta, que ocasionó más de 170
heridos, logró presionar al Ejecutivo para llevar a cabo las reformas de
la Constitución que el presidente argelino había anunciado días atrás.
Después de la destitución de MM. Zine El-Abidine Ben Ali y de Hosni
Moubarak y la detonación de la guerra civil en Libia, los dirigentes
argelinos decidían dar un paso más y dar una respuesta política a la
crisis: el 16 de abril en televisión, el presidente Bouteflika pasaba a
prometer una reforma controlada de la Constitución, que contemplaba
cambios en la legislación tanto política como de la información, dos
sectores donde los principios que se plasmaban en la Constitución
estaban bastante lejos de la realidad sobre el terreno.
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Manifestantes frente a la policía |
No obstante, la acogida de estas
reformas políticas no fue unánime. Dos de los partidos tolerados de la
oposición, el Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) y la Unión por la
Cultura y la Democracia (RCD), boicotearon la conferencia nacional
propuesta por el poder. Así, solo algunas personalidades fueron
recibidas en el palacio presidencial y, por tanto, solo algunas de las
fuerzas de la oposición participaron en la redacción de las cuatro
nuevas leyes orgánicas prometidas (régimen electoral, representación de
las mujeres en las asambleas, incompatibilidades de un mandato
parlamentario y autonomía de los departamentos) que fueron conferidas al
Ministerio del Interior, caracterizado por su carácter autoritarismo y
conservador.
De esta forma, el proyecto cayó en el
olvido hasta que a finales de agosto del 2011, dos días después del
atentado suicida contra la academia de Cherchell que causa 18 muertos,
el presidente relanza las reformas y aprueba, en consejo de ministros,
lo que se presenta como una importante reforma de la ley electoral, al
crear como en Túnez, una comisión electoral independiente. Pero, la
letra pequeña de la reforma apunta a que los miembros de la comisión
serán designados por los nueve partidos políticos “autorizados a
presentar sus candidaturas sin depósito de listas de las candidaturas”.
Esta afirmación implica que los tres partidos que componen la Alianza
presidencial, mayoritarios en el parlamento, lo serán también en la
comisión. Además de este control, la letra pequeña establecía que la
comisión electoral independiente trabajaría de forma paralela a otra
comisión, compuesta por magistrados designados por el presidente de la
República con el objetivo de no perder el control en los resultados
electorales.
LAS URNAS ¿DEL CAMBIO?
Con el tiempo la posibilidad de una
revolución a la tunecina se trunca y las esperanzas de los argelinos que
quieren el cambio se desplazan a las elecciones legislativas de mayo
del 2012. Estas legislativas, con una ley electoral más flexible aunque
aún favorable al Gobierno del FLN, abría la posibilidad de un ascenso de
la marea verde de los islamistas moderados y el estallido de la
‘primavera árabe’ en las urnas. No obstante, los islamistas no eran los
únicos que tenían la vista puesta en las legislativas; las autoridades,
tras meses de protestas, buscaban la legitimación de unas reformas
superficiales a través de una alta tasa de participación.
Más de 21,6 millones de argelinos, sobre
una población de 36 millones, fueron convocados a las urnas para elegir
una Asamblea Nacional Popular de 426 diputados encargada de enmendar la
Constitución y se decantaron por lo que ya conocían. El Frente de
Liberación Nacional (FNL), el antiguo partido único que ha gobernado
Argelia desde la independencia, excepto cuando lo hicieron directamente
los militares, rozó la mayoría absoluta conquistando 220 escaños que se
suman a los del segundo partido, el Reagrupamiento Nacional Democrático
(68 escaños), logrando una amplia mayoría. Además, la alta tasa de
participación, un 43 por ciento de los llamados a las urnas, siete
puntos más que en 2007, dio un respiro a las autoridades que han
conseguido sortear las protestas sociales con una victoria que refuerza
su legitimidad. De esta forma la coalición islamista de la Alianza
Verde, a los que muchos daban por ganadores, sufrió una contundente
derrota al quedar en tercer lugar, con 48 escaños, logrando un número
menor de diputados que en la anterior Cámara baja.
No obstante, la Alianza Verde, vencedora
en la provincia de Argel, denunció una “gran manipulación” en las
urnas y calificó los resultados de “ilógicos” al estar “en contradicción
con la realidad política”. Lo cierto es que Argelia votó sin que los
observadores de la Unión Europa pudieran supervisar el censo electoral
nacional que el ministro de Interior, Dahou Ould Kablia guarda
celosamente. Asimismo, parece que a Francia, EEUU, algunos de los
países de la UE e incluso Rusia, que aseguró que estas elecciones
salvaban a Argelia del “choque” de las primaveras árabes, prefieren la
estabilidad del país argelino, como si ya hubieran tenido demasiadas
primaveras árabes.
El politólogo Mohamed Chafik Mesbah,
autor del libro “Argelia problemática”, considera que las elecciones
legislativas fueron un subterfugio del presidente Bouteflika para
organizar su sucesión y ganar tiempo hasta las presidenciales de 2014.
Según Mesbah, la principal preocupación del presidente Bouteflika
consiste en organizar su sucesión dentro de dos años, no en fomentar un
sistema democrático.
Por ello, a pesar de la victoria del
FLN, no conviene perder de vista que la tasa de participación en las
grandes ciudades de Argelia, aquellas que históricamente han liderado el
cambio político del país, ha sido mucho más baja que en el resto del
país. Así, la abstención en Argel, donde ganaron los islamistas, y en
otras ciudades del rozó el 70 por ciento, que fue superado en la
levantisca región Cabila, donde la abstención llegó al 80 por ciento.
Buteflika no ha obtenido un cheque en
blanco hasta las presidenciales de 2014 y las revueltas podrían seguir
produciéndose. El cambio político de un país desgastado tras 50 años de
un mismo partido, ahora dividido en luchas internas por el liderazgo
parece evidente. La incógnita es el carácter de ese cambio: ¿será
pacífico o violento? ¿Estará impulsado por las instituciones o por la
sociedad? ¿Logrará por fin una mayor igualdad social? Solo el tiempo lo
dirá. En todo caso, no conviene perder de vista a una sociedad que a lo
largo de su historia ha demostrado que los cambios son posibles y que
pueden producirse de la forma más insospechada.